Era un sitio lleno de vida, sobre todo durante el día. Por aquella acera pasaba toda clase de personas y variados animales, algunos perros y gatos. Palomas sobrevolaban analizando en donde aterrizar en busca de algo para comer, incluso una ocasional ratita escurridiza, pasaba rápida entre las sombras. Las personas pasaban con sus preocupaciones, dirigiéndose a sus quehaceres. A mí me gustaba pensar que ellos también apreciaban el mío, pues de cuando en cuando, requerían de mis servicios, por encima de los que allí se dedicaban a lo mismo que yo.
Trabajaba sin cesar, de día y de noche, hiciera un calor insoportable o cayera la más torrencial lluvia, siempre cumpliendo mi labor. Pasara el más alto ejecutivo, caminando a los edificios de oficinas o un pequeño niño buscando el bus a la escuela. Yo disfrutaba enormemente estar allí, ser un sólido espectador, disfrutaba ser un adoquín en la acera de la calle Libertador.