miércoles, 12 de noviembre de 2014

martes, 12 de junio de 2012

Renders - Cargo Soluciones


Imágenes realizadas para Cargo Soluciones S.A. Utilizadas por ellos, para presentar un proyecto de almacenamiento en Buenaventura

lunes, 11 de junio de 2012

El sucio Corey


El partido estaba ya en la segunda mitad, cerca del final del encuentro. Era uno de esos en que el físico y la disciplina tienen los papeles principales. Lloviznaba ligeramente, pero el frío contrastaba con el calor en los cuerpos de los jugadores de ambos equipos. Una formación a ocho metros de la zona de anotación parecía hervir, pues esos dieciséis jugadores luchando en dos bloques, manaban vapor que se perdía a un par de pies sobre sus cabezas. Los delanteros del equipo más próximo a anotar conquistaron la pelota y la línea se disponía a atacar a toda velocidad.

El equipo de Corey iba abajo en el marcador por muy poco. Él, como siempre, había aprovechado cada oportunidad para jugar sucio, casi siempre sin ser descubierto. Sus acciones sin embargo, le habían costado a su equipo un par de sanciones en contra, que sus adversarios usaron para chutar en busca de puntos. “Tengo que cobrarles con sangre a estos desgraciados”. Pensó.

Sus rivales eran fieros tacleadores, siempre derribaban al portador del balón con rudeza. 
Cada oportunidad en la que había había recibido el ovoide, había sido cazado, como por leones en las estepas del Serenguetti. Su habitual capitán estaba fuera de la cancha, observándolo, lesionado. El joven centro, dentro de la cancha, sentía que era mirado con desaprobación.

El partido anterior, una situación parecida a ésta se había presentado. Iban perdiendo y él, más que ayudar a su equipo, se había dedicado a ser sucio, a golpear y tratar de hacer daño a sus rivales, perjudicando a su club. Casi en la última jugada, el capitán llevaba la pelota, corriendo a gran velocidad. Tenía la oportunidad de darle un pase, pero como en previas jugadas, Corey no había hecho mayor cosa por miedo a resultar golpeado, por eso el capitán se lanzó al ataque en jugada individual, tanto contra el defensor al que le correspondía detenerlo, como contra su defensa y  el defensor de reserva, el zaguero. Después de recibir tres duros golpes, logró avanzar sin la ayuda de Corey y llegar a la anotación. A causa de esa gran jugada, habían ganado la semifinal pero el capitán resultó lesionado.

Un par de días antes de esta final, Corey estaba en el camerino, meditabundo. Habían descubierto que él había sido expulsado de su anterior equipo y que los motivos tenían que ver con que no controlaba sus ganas de dar golpes y que se había peleado con su previo capitán. Le habían dado un largo sermón y le dijeron que quedaba bajo prueba. Luego de eso, se acercó el señor Mc.Gonagill, el confiable asistente del entrenador, un señor que sabía todo y se encargaba de todo en el club. “No te preocupes Corey Finn, que lo peor ya ha pasado. Lo importante ahora es que comprendas que te dieron una gran oportunidad y que la posición de tu capitán es difícil de suplir. Tienes que entender que vas a tener la oportunidad en determinado momento, de sacrificarte por tus nuevos amigos, de darle la victoria a tu club y tus adversarios van a querer quitártela, así sea con sangre. Está en ti si lo permites o no”.

“…Está en ti si lo permites o no”. Eran palabras que retumbaban en la mente del joven centro. Su corazón, comenzó a palpitar más  rápido, al ver que los delanteros de su equipo conquistaron el ovoide y que su apertura ponía a correr a la línea, los jugadores a los que él pertenecía. Al fin recibió el pase que inevitablemente llegaría a sus manos. Tenía en frente  dos agresivos tacleadores, iban en carrera hacia él. Existía todavía la posibilidad de pasar la pelota, pero su compañero si la recibía, tenía muy poco espacio para correr y seguramente sería sacado de la cancha. La responsabilidad recaía sobre él. Trató de mirar sus posibilidades mientras avanzaba. Los dos adversarios, estaban perfectamente posicionados, cerrando los corredores y Corey sabía que iban a ir por él con toda su fuerza, intentarían evitar que entrara en la zona de try, no sólo tratarían de dañar su jugada, sino también de hacerle daño. Estaba aterrado.

Por fin, fueron más fuertes las ganas de salir adelante, de realmente apoyar a su equipo, de sacrificarse por él, de enfrentar ese destino. Portaba la pelota en el brazo derecho, fuertemente aferrado y tratando de evitar al primer defensor, extendió su brazo izquierdo y fintó hacia la derecha. Recibió entonces un fuerte golpe en el costado por donde venía la defensa, justo en el muslo. Se sintió desfallecer. Se sobrepuso más por voluntad que por fuerza y después de un paso más, el defensor parecía soltar su presa. Justo ahí apareció el segundo defensor. Venía en carrera y saltó como un león sobre él, a la altura de su pecho, con ambos brazos extendidos y buscando impactarlo con el hombro.

Corey perdió por un instante el sentido de la cancha. Había recibido el golpe y su inercia lo hizo rotar casi sobre su eje en sentido de las manecillas del reloj, cosa que hizo que el primer defensor soltara esa mano que le sujetaba la camisa. El segundo tacleador no había podido sujetarlo, tan sólo darle un fuerte golpe. Finn, dando tumbos, recuperó la dirección de la zona de anotación. Un par de pasos pesados más y cayó de frente, sujetando el balón contra su pecho. Había logrado el try.

                                   por: Daniel Escorce

Soy un farsante, soy un miserable


Una y otra vez, tratando de narrar ante algunos socios, esos hechos que hicieron que me convirtiera en un poderoso hombre de negocios. Todos ellos queriendo saber cómo fue que con tan pocos recursos saqué adelante restaurantes y prestigiosas tiendas de ropa, queriendo que les revele mis secretos, que les cuente de dónde sale la magia. “¡No!”. Estoy harto de inventar diferentes episodios en donde mis negocios dieron saltos visibles que me permitían entrar en otros nuevos negocios. “¡Oh, qué bueno soy! Una mierda, un desgraciado es lo que soy”.

Además, mi familia pensando que soy una bendición para todos. Un santo,  pues he podido ayudar a muchos de ellos, pero a costa de algo imperdonable. ¿Qué pasaría si me atreviese a contarles? Seguramente dejarían de hablarme y dejarían de tratarme tan bien como hasta ahora. Quizás hasta vaya a la cárcel.

¿Y mis socios? Sin duda tratarán de sacarme provecho, tratarán de arruinarme. Me chantajearían por no decir nada. “Pero estoy que reviento. Una mentira como esta, escondida por tanto tiempo”.

La peor parte, es saber que esas pobres personas siguen pensando que simplemente no tuvieron suerte en la vida. Ahora no sólo son pobres, si no que viven en la miseria.

“¿Y si simplemente comenzara a ayudarles?”. Podría darles trabajo a los jefes de cada familia, podría hacer que cada uno de esos hermanos recibiera un buen sueldo, podría así llegar a todos ellos y ayudar por lo menos en parte a devolver lo que recibí, quizás más, con el tiempo. Seguramente me agradecerían profundamente ese gesto, seguramente, día tras día vería sus rostros de alegría por esas oportunidades, viéndome como un ángel que ha llegado a salvar sus vidas. “¿No se llenarían de dudas?”. Que una persona llegara a ofrecerle trabajo justamente a ellos, a todos los hermanos, que los capacitara y que les diera con qué ganarse la vida. Es muy sospechoso.

“¡No! Debo decir la verdad”.

Yo tuve una vecina, la madre de todos ellos. Una señora ya de muchos años, que diariamente salía a atender un minúsculo puesto de empanadas, muy cerca de mi lugar de residencia por esos días, en un barrio pobre. Ella, casi de manera religiosa, estaba allí trabajando y reuniendo dinero para sus hijos. Pero también reunía dinero para algo más. Todos los viernes lo compraba. El motivo de todas mis posteriores dichas y que ahora me atormenta sin cesar.

Muchas personas decían que se veía venir. “Apenas obvio”. Apenas obvio que una señora de avanzada edad, sola, atendiendo un pequeño puesto hasta altas horas de la noche, pudiera ser víctima de un robo. ¿Y si esa señora se resistiera? Sus atracadores seguramente no tendrían piedad y le quitarían su vida con tal de llevarse el producido de aquel movido día de principio de fin de semana. Si eso sucediera ahora, cómo son las cosas, seguramente llegarían a mí con una investigación.  “Mi cabeza da vueltas”.

Ese viernes, vi el resultado de las loterías por una casualidad y supe que ese número lo había visto antes. Deambulé por el barrio, cavilando… meditando. Doblé en la esquina y allí estaba. Caminé lentamente hacia el lugar. La calle estaba desierta. Tomé el cuchillo que había sobre esa pequeña e inestable mesa de madera y me hice rico al matarla y robar su billete de lotería.
               
                   por: Daniel Escorce