lunes, 11 de junio de 2012

Soy un farsante, soy un miserable


Una y otra vez, tratando de narrar ante algunos socios, esos hechos que hicieron que me convirtiera en un poderoso hombre de negocios. Todos ellos queriendo saber cómo fue que con tan pocos recursos saqué adelante restaurantes y prestigiosas tiendas de ropa, queriendo que les revele mis secretos, que les cuente de dónde sale la magia. “¡No!”. Estoy harto de inventar diferentes episodios en donde mis negocios dieron saltos visibles que me permitían entrar en otros nuevos negocios. “¡Oh, qué bueno soy! Una mierda, un desgraciado es lo que soy”.

Además, mi familia pensando que soy una bendición para todos. Un santo,  pues he podido ayudar a muchos de ellos, pero a costa de algo imperdonable. ¿Qué pasaría si me atreviese a contarles? Seguramente dejarían de hablarme y dejarían de tratarme tan bien como hasta ahora. Quizás hasta vaya a la cárcel.

¿Y mis socios? Sin duda tratarán de sacarme provecho, tratarán de arruinarme. Me chantajearían por no decir nada. “Pero estoy que reviento. Una mentira como esta, escondida por tanto tiempo”.

La peor parte, es saber que esas pobres personas siguen pensando que simplemente no tuvieron suerte en la vida. Ahora no sólo son pobres, si no que viven en la miseria.

“¿Y si simplemente comenzara a ayudarles?”. Podría darles trabajo a los jefes de cada familia, podría hacer que cada uno de esos hermanos recibiera un buen sueldo, podría así llegar a todos ellos y ayudar por lo menos en parte a devolver lo que recibí, quizás más, con el tiempo. Seguramente me agradecerían profundamente ese gesto, seguramente, día tras día vería sus rostros de alegría por esas oportunidades, viéndome como un ángel que ha llegado a salvar sus vidas. “¿No se llenarían de dudas?”. Que una persona llegara a ofrecerle trabajo justamente a ellos, a todos los hermanos, que los capacitara y que les diera con qué ganarse la vida. Es muy sospechoso.

“¡No! Debo decir la verdad”.

Yo tuve una vecina, la madre de todos ellos. Una señora ya de muchos años, que diariamente salía a atender un minúsculo puesto de empanadas, muy cerca de mi lugar de residencia por esos días, en un barrio pobre. Ella, casi de manera religiosa, estaba allí trabajando y reuniendo dinero para sus hijos. Pero también reunía dinero para algo más. Todos los viernes lo compraba. El motivo de todas mis posteriores dichas y que ahora me atormenta sin cesar.

Muchas personas decían que se veía venir. “Apenas obvio”. Apenas obvio que una señora de avanzada edad, sola, atendiendo un pequeño puesto hasta altas horas de la noche, pudiera ser víctima de un robo. ¿Y si esa señora se resistiera? Sus atracadores seguramente no tendrían piedad y le quitarían su vida con tal de llevarse el producido de aquel movido día de principio de fin de semana. Si eso sucediera ahora, cómo son las cosas, seguramente llegarían a mí con una investigación.  “Mi cabeza da vueltas”.

Ese viernes, vi el resultado de las loterías por una casualidad y supe que ese número lo había visto antes. Deambulé por el barrio, cavilando… meditando. Doblé en la esquina y allí estaba. Caminé lentamente hacia el lugar. La calle estaba desierta. Tomé el cuchillo que había sobre esa pequeña e inestable mesa de madera y me hice rico al matarla y robar su billete de lotería.
               
                   por: Daniel Escorce

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